Autor: Racionero, Luis
Sinopsis breve: Indiscutiblemente, el siglo XX ha sido la época de mayor progreso tecnológico, industrial y económico de la historia de la humanidad, pero, ¿significa que la humanidad también ha progresado? En este ensayo, Racionero nos aporta sus razones para pensar que quizá el ser humano no se ha desarrollado tanto como pudiéramos suponer tras la consumación de tantos avances sucedidos en tan diversos campos.
Puntuación: 7/10
Opinión: Un buen escrito acerca de lo que ha deparado
el progreso económico y tecnológico en el "mundo occidental". Para ser
un ensayo, es bastante entretenido en general, exceptuando el primer
cuarto del libro; en esta parte hay demasiadas citas y referencias
textuales de otros pensadores que hacen más difícil la transmisión de la
idea por parte de Racionero. Quizá si hubiera usado más "pies de
página" o una amplia sección de notas al final, los primeros capítulos
hubieran sido más amenos.
Pasando por alto esa cierta pesadez que ocurre en varios momentos, queda un ensayo grato y, a veces, ingenioso. De cualquier forma, lo realmente importante son las respuestas que nos da el autor a las no menos interesantes preguntas que plantea, resumidas en una: ¿realmente hemos progresado tanto durante el s.XX?
Racionero reparte el desarrollo de su ensayo en varios apartados, analizando por bloques lo que supuso el s.XX en materias como la ciencia, la economía, la religión o las artes, de manera que al finalizar cada capítulo es imposible no parar un momento de leer para reflexionar y hacer cada uno su análisis personal.
Parte de unos antecedentes que me han parecido bastante acertados, orientándonos hacia el desenfoque de la idea que tiene el ser humano de sí mismo, de lo difícil que se está haciendo vislumbrar el significado de la existencia. En el s.XVI Copérnico desplazó al hombre del centro del universo, situando éste en el Sol, pero al ser humano le quedaba el consuelo de ser la criatura más importante de la Tierra, ungido como estaba por "el dedo de Dios". Posteriormente, en el s.XIX apareció Charles Darwin para apartar a la humanidad del centro del mundo, pues consiguió hacer ver que somos producto de un azar, de una evolución que viene ocurriendo desde el principio de los tiempos; pero al ser humano le quedaba el consuelo de ser el supervisor del pensamiento racional. Poco tiempo iba a durar este alivio: en el principio del s.XX Freud se encargó de revelarnos que quien realmente controla los pensamientos y la razón es una parte de nosotros mismos que no podemos dominar: el subconsciente. ¿Dónde puede ahora aferrarse la humanidad? Incluso en algo tan, a priori, inamovible como las leyes físicas, apareció Einstein para demostrarnos que todo es relativo, que Newton estaba en lo cierto, pero sólo hasta determinado punto. Ante esta situación el ser humano ha emprendido una huída hacia adelante persuadido por la idea materialista de que somos lo que hacemos (o producimos), lanzándose en una carrera para mejorar y perfeccionar la tecnología aun a riesgo de dejar en el camino el propio alma. Esta deshumanización de los procesos económicos y productivos se ha visto reflejada, según Racionero, en todas las artes clásicas, sobre todo en pintura y escultura; aquí difiero un poco, no pienso que el cubismo o el arte abstracto (p. ej.) sean síntoma de nuestra sociedad decadente, sino que, más bien, son resultado del afán de innovación permanente estimulado y espoleado en la sociedad por parte de la industria.
Indudablemente hemos obtenido unos avances impensables en ciencia y técnica, que se han traducido en progreso económico y mejora de la calidad y esperanza de vida, pero sin detenernos a pensar en lo que realmente somos o en qué en lo que necesitamos para ser felices (realmente). Los intentos más o menos serios de cambiar el rumbo y considerar esencial el enriquecimiento íntimo del individuo que supusieron la Comuna de París o el movimiento hippie no llegaron a concretarse y perdurar en el tiempo, pero sí que sirvieron para llamar la atención general sobre si ciertamente
Animo a todo el mundo a que lea este ensayo, siendo pacientes en los dos primeros capítulos, porque es un libro no muy extenso que activa las conexiones neuronales y pensantes. En estos tiempos en que las altas esferas se esfuerzan en mantener nuestra mente siempre alienada, ocupada en estudiar qué comprar (sin que nos haga falta) para estar alegres, es muy grato sentir que uno también puede pensar por sí mismo si le animan a ello.